Plañideras: un llanto liberador   Leave a comment

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Cuando leyó que se estaban acabando las lloronas en Perú, Antonio Briceño se armó con su cámara y decidió romper los hielos de sus emociones a través de las húmedas miradas de aquellas que viven para lamentar la muerte ajena. Así nace una propuesta fotográfica oscura y emocional.

Alba Ysabel Perdomo

Todos hemos perdido a alguien por muerte accidental o natural.  Nuestra sociedad está acostumbrada a celebrar la vida, pero no a conmemorar la muerte. La desaparición física y todo lo que conlleva es un tema que se esquiva, se omite, hasta que en muchas ocasiones sólo nos damos por enterados cuando tenemos la tragedia en la nariz.

El llanto es un efectivo mecanismo fisiológico para liberar el estrés y manifestar el dolor, sin embargo, en occidente se ve con malos ojos a aquellos  quienes lloran a sus muertos de manera escandalosa,   gimen, gritan,  empleando la gestualidad física y hasta la danza para despedir a los fallecidos.

Pero no siempre fue así, diversas culturas antiguas contaban con una figura muy particular, la plañidera, una mujer que dejaba brotar sus lágrimas por un deudo que no es suyo. Así se demostraba a la sociedad que la persona que partía al más allá era importante, y la  llorona obtenía su sustento, al cobrar por su dramatización del duelo.

La necesidad de liberar dolores antiguos, como la muerte de su madre, junto a la captura de una nota de prensa en la red que hablaba de la extinción de las mujeres que lloran en funerales en Perú, llevó al fotógrafo venezolano Antonio Briceño a plantearse el trabajo más oscuro pero también el más sensible de su carrera.

La exposición llamada  “Las plañideras: Antonio Briceño” está cargada de metáforas respecto al duelo, a la muerte y al llanto. Se expone  desde el 03 de marzo y hasta  mediados de año en D´Museo, una de las salas de arte más reputadas de la capital, ubicada en el Centro de Arte Los Galpones. Briceño llamó a sus partes: Mantillas, Lacrimatorios y Las  Aguas, que son en total 32 obras, divididas en 2 videos y 30 fotografías, trabajadas en distintos soportes.

Briceño en conversación telefónica  con Primicia explicó que ha diseñado su muestra con énfasis en el contraste, usando claroscuros en 14 grandes telas, de 2 metros por 66 cm, dando como resultado una mujer llorosa, cubierta de mantillas negras, que es más grande que el espectador.  “quería que la gente se sintiera envuelto en el coro de mujeres, por eso las distribuí haciendo una semicurva”.

La serie El Olvido, son 7 fotos  de botellas que  recogió en el desierto y cerca de los cementerios, para simular que son  Lacrimatorios, pequeños envases de vidrio con tapones, donde se recogían las lágrimas por un fallecido importante.  Destacó  que siguen la estética barroca, se colocaban dentro del ataúd con el cadáver  y  se creía que  el tiempo en que tardaban en evaporarse  las lágrimas contenidas en ellas, era lo que tardaba el alma en llegar al cielo.  “Relaciono esas botellas con el olvido, no solo del difunto, ya que la evaporación dictaba el tiempo de luto, sino de aquellos dolores reprimidos que te hacen una costra seca por dentro” dijo al respecto.

Las Aguas es una serie compuesta por   siete pequeñas fotos de 40 cm por 50 cm, sumergidas en un cubo de acrílico de un centímetro de espesor, que hace que se ven como  aguas congeladas, metáfora de emociones reprimidas . Refiere con ellas a una antigua pesadilla donde el mar le arrebata a sus seres amados, “tienen poco color, son oníricas, parecen pesadillas, esas aguas tienen que ver con emociones congeladas”.

También hay una propuesta audiovisual que recoge dos sesiones de llanto por parte de  dos grupos de lloronas. El primero se llamó “Ay, mamita” y el segundo “Compadre Florencio”.  Elaboró dos cajas de luz, con fotos de cada coro de plañideras. Briceño imprimió todo el material en España, con una tela especial para ser iluminada.

A llorar al valle

Simplemente espera que cada observador reconozca su tristeza y se libere de ella. Con sinceridad cuenta “Ellas lloran como una coral, son una polifonía del dolor. Intuitivamente se dividen por voces, no se hace por azar, una de las plañideras inicia con el nombre del fallecido y añade frases de cariño que las otras repiten y expanden, sincronizando los lloros de manera espontanea. El sonido del llanto, las lamentaciones constituyen algo impactante”.

El llanto libera y así lo describe el fotógrafo. “Fue algo balsámico para mí, una necesidad, por ello constituye el trabajo más personal, sin el contexto antropológico al que estoy acostumbrado. Reconozco que el dolor humano es el mismo en todos lados. Estamos en un mundo pleno de simbología, por lo tanto lo emocional  se acentuó”.

“Es una suma de cosas, tengo cinco años con un sicoterapeuta, y ellas dieron imagen física a cosas que a mí me cuestan procesar. Mi mamá murió cuando tenía 9 años, y el año pasado ha habido  una serie de tragedias familiares que no supe exteriorizar por la represión social. Hay que dejarlo claro, la mitad de la vida es el dolor. La pérdida  y el dolor que trae consigo son algo natural, perdemos objetos, esperanzas, persona. Esta historia trata sobre conectarse con el dolor. Lo que es diferente al masoquismo, no se trata de quedarse pegado, pero sí de elaborar los duelos necesarios, porque vivir es morir y todos tenemos el dolor en la puerta de la casa”.

Tras el rastro del llanto

Considera que sólo se muestra la parte bonita de la vida,  y el trabajo con las plañideras le  permitió atar cabos, para trabajar con las emociones reprimidas y acumuladas. Revisando en internet vio una nota de prensa que alertaba de la desaparición de las lloronas en Perú. Y consideró que era buena idea ir a rastrearlas, para lo cual llegó hasta Piura y sus poblados cercanos. Buscando y buscando se encontró a un grupo de mujeres, a las cuales convocó para representar un duelo por su propia madre, muerta hace muchos años en un accidente de aviación donde falleciera  gran parte del orfeón universitario de la UCV.

Las plañideras le pidieron una foto de la persona muerta, para poder inspirar el llanto. El alcalde del pueblo le prestó la iglesia para una de las sesiones de fotos. La segunda sesión la llevaron a cabo en casa de una persona que había fallecido recientemente, por lo que el ambiente se prestaba para la ritualidad del momento. “Su llanto es espontáneo.  Hice un video de 20 minutos con cada grupo y luego una sesión de fotos con cada mujer”.

Costumbre extinta

“Ellas existieron en todas las culturas. Su función es que el que se va sienta que lo homenajean por lo importante que fue, de una manera eufórica, que demuestra que su partida es una tragedia para la humanidad. Para los que se quedan, ese llanto es una catarsis, que lo que se está reprimiendo se suelte, que no hay guapo que aguante sin llorar al ver que otro se desgonza por su dolor” defiende Briceño esta costumbre mortuoria.

La modernidad acaba con los sentimientos  y los dramas  en público. Convierte a las plañideras en seres que ya no se requieren y cuyo destino es el olvido. “Se están extinguiendo. Esa tradición llegó a América de la mano con la iglesia, y es expandió por todo el continente. Pero en el siglo 19, el mismo catolicismo la reprimió al considerar que la expresión de los sentimientos debía ser más sobria y menos expresiva. Es tan necesaria que a pesar de la prohibición y persecución aún día se lleva a cabo”.

Hablar de cuánto cuestan las lágrimas es tabú. Briceño asegura que no pudo saber si cobran o no, y que la comunidad las protege, porque fueron muy perseguidas bajo el estigma de ser mercantilistas del llanto.  “Yo conocía rituales parecidos, porque los wayuu en Venezuela en sus entierros usan lloronas. Ellos  sacan a los difuntos cuando son huesos y les hacen un segundo funeral años después. Las veía con cierta distancia”.

Es fácil distraerse en la superficie e ignorar el dolor. Pero este es un rito histriónico que remueve las capas duras y deja el sentimiento a flor de piel. “Lloré 10 minutos. Todos pasamos por allí. Mucha gente cree que es importante dar una cara bonita, pero estás muriendo por dentro. Toca una de las cosas más básicas del ser humano”.

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La frase

“Cuando quiero llorar, no lloro, y a veces lloro sin

querer.” Rubén Darío (1867-1916), poeta nicaragüense

Casida del llanto

Federico García Lorca

He cerrado mi balcón
porque no quiero oír el llanto
pero por detrás de los grises muros
no se oye otra cosa que el llanto.

Hay muy pocos ángeles que canten,
hay muy pocos perros que ladren,
mil violines caben en la palma de mi mano.
Pero el llanto es un perro inmenso,
el llanto es un ángel inmenso,
el llanto es un violín inmenso,
las lágrimas amordazan al viento
y no se oye otra cosa que el llanto.

Publicado 14 de agosto de 2012 por albaysabel en Crónicas, Fotografía, Periodismo, Uncategorized

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