No escatimó en recursos, ingenio y vivacidad para retratar la Venezuela que lo conquistó con el azul de las costas, el esplendor de los tepuyes, la luz de los andes y el rumor del llano. Fue suizo de nacimiento y venezolano de adopción, falleció el 13 de marzo de 2008, desde su partida a las selvas del cielo sigue haciendo patria con su legado.
Alba Ysabel Perdomo
Fotos: archivo fotográfico Karl Weidmann
Volvió una y otra vez a la Gran Sabana, enamorado del paisaje siempre cambiante.
Karl Weidmann amó a este país apenas lo vislumbró a través de las ventanas del autobús que lo llevo de Puerto Cabello a Caracas en 1947. Llevó desde ese instante la luz y el aroma de Venezuela en la piel, tal como dice una bella y vieja canción. Lo interesante en este caso es que Weidmann decidió revelar ante el mundo el horizonte de esta patria bendita de Dios, primero en forma de documentales y luego fotografiando incansablemente todo lo que atrapó su atención.
Desde niño lo picó el bichito que impulsa a viajar, porque habiendo nacido en un pueblo llamado Embrach y ubicado en Suiza, soñaba cada día con selvas, animales y ríos. En su autobiografía Relatos de un Trotaselvas, recuerda “el virus de la selva tropical se me pegó a los 12 años cuando leí una serie de cuentos de aventura que tenía como escenario el África Oriental… Estas lecturas me ayudaron a dar forma a una obsesión: llegar a la selva”.
Contó con cierta picardía que su decisión se vio teñida por la suposición que para ir a la selva no hacia falta cursar estudios. Le encantaba deambular por los campos, y era buen alumno en geografía y geometría, saberes que luego le rendirían muy buenos frutos. El regaño preferido de su padre era prácticamente una profecía de su futuro como fotógrafo de la naturaleza: “Karl… trabaja y no estés siempre mirando por dónde vuelan los pájaros ”.
Con apenas 18 años, alto, delgado y pelirrojo, decidió actuar y ponerse en movimiento para acercarse a su anhelada selva. Intentó partir a África, pero al ser rechazado por poseer poco dinero, ubicó en el mapa a Brasil, donde pensó que sería más fácil llegar.
Negada de nuevo la oportunidad, por no tener visa ni contrato de trabajo, no se amilanó y buscó nuevamente en su mapamundi, para ver qué naciones latinoamericanas colindaban con la selva del Amazonas. Las facilidades del ingreso a Venezuela para los inmigrantes en ese entonces lo atrajeron como puerta de inicio a un viaje que nunca concluyó. Su plan original era entrar a Venezuela, cruzar a Colombia y Ecuador, construir allí una balsa para bajar al Amazonas desde el rio Napo y de allí pasar a Belén, en Brasil.
Viajó en barco y llegó al país el 26 de septiembre de 1947, entró por Puerto Cabello y en el trayecto que realizó en autobús desde Valencia hasta Caracas se enamoró de Venezuela de tal modo que no siguió su proyectado viaje por el Amazonas.
De allí en adelante, sucedieron 60 años de fotos hechas tras navegar ríos en kayak, de subir cerros, caminar sabanas, cazando el momento perfecto para la imagen ideal. Esa increíble jornada vital que superó los 80 años largos, entregó un resultado de más de 50 mil gráficas.
Falleció en un accidente doméstico en marzo de 2008, pero su legado perdurará en el tiempo mientras alguien en algún lugar del mundo vea sus fotos y sienta en su corazón emocionarse ante la belleza que logró captar.
A pesar de que su nombre ha sido propuesto para un museo de fotografía conservacionista y es mencionado en investigaciones académicas en diversas universidades del país, no existe aún un tributo formal a su memoria. Sin embargo, grupos de aficionados a la naturaleza, conservacionistas y apasionados por las gráficas honraron su recuerdo en blogs y hasta dos grupos de Facebook.
Leyendo la luz
Desde 1956 Weidman filmó documentales silentes para mostrar las regiones de Venezuela que más lo impactaron. Ellos son Selvas de Venezuela (1959), Del Páramo Andino a la Zona Tropical (1961), Hoy en la edad de piedra y Tierra Yanomami (1966), Llano, sol y agua (1970) y Viajando por la Gran Sabana (1976).
Proyectaba sus películas al tiempo que daba charlas explicando cada detalle acerca de lo que había grabado y sus experiencias de caminos ante públicos muy interesados, según explicaron su hijo Ralf Weidmann y su viuda, Gisela de Weidmann en sucesivas entrevistas telefónicas a 286 La Revista. En ocasiones dio hasta cuatro conferencias de estas en un día.
Alto Orinoco, Tierra Yanomami, Parques Nacionales de Venezuela, Páramos Venezolanos, Venezuela y el mar, La Colonia Tovar, La Gran Sabana, Fascinante Venezuela, Venezuela con Aquiles Nazoa, Visiones del Zulia, Maravillosa Venezuela, Fauna de Venezuela, Flores de Venezuela, Venezuela paraíso de orquídeas, Venezuela Tierra del Tepuy, Venezuela Lejana, Los parques nacionales de Venezuela y Lo Mejor de Venezuela son algunos de los estupendos libros de fotos publicados, donde dejó plasmados momentos cumbres de sus excursiones a los cuatro puntos cardinales de la nación. Están disponibles en las principales librerías del país y a través de la dirección electrónica www.karlweidmann.com.
Mención aparte merece su autobiografía, Relatos de un Trotaselvas, publicada en español y en alemán, que fue éxito de ventas en el 2000 en toda la nación. En esta emocionante crónica de viajes Weidmann deja muy claro su lema de nómada: “Para viajar se necesitan muchas ganas y ninguna exigencia”. Es un relato ameno, en primera persona, con una capacidad de detalle muy vívida y anécdotas de viaje por Venezuela que caracterizan a nuestro pueblo de manera muy sincera.
Por ejemplo, en su primera visita al llano venezolano intentó pescar a la usanza de la región, sin caña y con naylon. Su presa capturada y acuchillada fue un caribe, que le mordió un dedo al intentar examinarle la dentadura. Llegó a la oportuna conclusión “parece que esa experiencia la viven casi todos los pescadores novatos: los caribes muertos todavía muerden”.
Cuentos de caminos
El registro gráfico de sus incontables viajes se conserva metido dentro de latas de manteca, tapadas para que la humedad no afecte los negativos. Están ordenadas por regiones en una particular concepción de su autor, según nos relató Ralf Weidmann.
Weidmann padre era celoso de su trabajo, y perfeccionista. Tenía que convencerse a si mismo que era la mejor foto, el ángulo más deseable, la luz impecable. Eso lo llevó a visitar lugares como el Salto Angel una y otra vez buscando la foto perfecta, que tal vez era la excusa para deleitarse año tras año con ese mismo paisaje. Su apellido significa cazador en alemán antiguo y afortunadamente su principal deseo era capturar vistas, paisajes, pájaros, amaneceres, saltos, animales y árboles sin dañar a ninguno de ellos.
El fotógrafo y aventurero fue bautizado por los Yanomamis con el nombre de Waiteri, que significa bravo y valiente. “Yo no soy propiamente valiente, pero me escasea el miedo. Es que el día cuando Papá Dios repartió el miedo entre los humanos, yo llegué algo tarde (tal vez porque estaba tomando fotos por el camino) y ya no quedaba casi nada”.
Tanto las fotos como los videos se hicieron con equipos rudimentarios de los años 50. Cuenta Ralf Weidmman que la cámara más moderna de su padre era de los años 70. Eran equipos pesados, y manuales, pero con una insospechada propiedad, si se caían al rio o se mojaban en alguna de las travesías de Karl Weidmann, simplemente este las desarmaba y exponía las partes al sol hasta que quedaban secas.
No fue de enseñar, porque como el conocimiento de su vida lo obtuvo por propio empeño y consideraba que los demás debían aprender por si mismos lo que querían. Según su hijo, Karl Weidmann aprendió por si sólo a hablar inglés y español, y tenía profundos conocimientos de astronomía, obtenidos de una gran cantidad de revistas científicas a las que estaba suscrito.
En un país con muchos ríos que sólo son usados por los ribereños para pescar y bañarse, Karl Weidman aprovechó al máximo el recurso, porque en sus propias palabras, el placer de viajar por el rio es único. Siendo un hombre muy organizado, viajaba por todos lados con un kayak plegable, que se conoce como Faltboot. Tenía milimétricamente calculado dónde iba cada objeto que conformaba su equipaje, chinchorro, mosquitero, comida y demás enseres para armar el campamento en el cual dormía al aire libre en esos mundos de Dios. Así conoció los recodos y recovecos de los ríos de Venezuela.
Lo mejor fue ella
La idea de hacer cine documental sobre la naturaleza, era para Weidman una manera de obtener recursos para vivir, al tiempo que una excusa para seguir recorriendo palmo a palmo la geografía nacional.
Pero particular para su destino fue aquella charla que dio en el club alemán de El Paraíso, donde proyectó el documental En las Selvas de Venezuela. Una joven asistente a la conferencia llamada Gisela Wengenroth, se acercó a preguntarle cómo hacía para conocer el Salto Angel y le cambió la vida.
Relata el encuentro en su biografía así: “Entre el numeroso público asistente, lo mejor era Gisela. Al terminar la película, ella quiso saber como se llegaba al Salto Ángel, que quería ver “en natura”. Mi respuesta fue: “si tiene dinero, contacte a Jungle Rudy en Canaima, él la llevará al salto en lancha con motor fuera de borda. Ahora, si el dinero es problema, la solución es hacer el viaje conmigo en Faltboot, pues siempre tengo uno en reserva”.
Estaba escrito en alguna estrella que ella sería su fuerza y su apoyo durante el resto de su vida. Demostró ser adecuada compañera, lo acompañó en viajes en kayak, pasaron su atípica luna de miel en la misión salesiana de Ocama, junto al pueblo Yanomami.
Hoy día Gisela de Weidmann asegura en una entrevista telefónica que vive rodeada de recuerdos lindos, porque a pesar de que sufrió momentos en los que lloraba del calor o por la cantidad de picaduras de los mosquitos, no se quería perder por nada del mundo poder vivir esas experiencias.
Acerca de su esposo indicó que era un ser increíble, idealista. “Si tienes un compañero de confianza, el resto es natural. Lo miré a los ojos y ya confié en él. Nunca me defraudó. Era una persona muy sincera, de un carácter excepcional”.
Fueron tres veces al Salto Angel en kayak, cada uno maniobrando su respectivo faltboot, y aunque no faltaron los sustos por los raudales del río fueron momentos inolvidables. Gisela de Weidmann, cuenta que en su primer paseo él quiso mostrarle el llano venezolano y la llevó hacia los límites entre Guárico y Apure, allí vivieron increíbles penurias, porque el auto donde andaban se apagó cruzando un río, luego Weidmann se quemó friendo un pescado y ambos se intoxicaron al comer nueces de coco de mono.
Juntos engendraron dos niños de nombres Sven y Ralf, que hoy día, hombres hechos y derechos recuerdan a su padre como un ser humano que les trasmitió el amor por su patria, Venezuela, desde muy pequeños.
La viuda de Weidmann cuenta que cuando lo conoció tenía 24 años y estaba de vacaciones en Venezuela, pero se fue quedando hasta el día de hoy. “Karl sabía de todo, construyó un hogar donde vivo hoy día, hizo todos los muebles de la casa, era un hombre dedicado a la ciencia, le gustaba la astronomía. Sabía los nombres de las orquídeas. Era uno de los que si conocía a Venezuela de verdad, una vez a un piloto que iba un poco desorientado y Karl le indicó el camino guiándose por los límites de un rio. Tenía el mapa de Venezuela en su cabeza”.
El Amo del Monte
Una de las anécdotas memorables de Karl Weidmann la vivió en un río en el estado Cojedes, cerca de El Baúl. Allí lugareños le recomendaron que visitara la madre vieja del rio, formada por un caño que hacía curvas y donde se aglomeraba la fauna de la región.
Paseaba Weidmann por el rio en su kayak y como su sombrero se había roto, improvisó con una gran hoja de riqui-riqui un gorro en forma de embudo. “Con ese sombrero de hoja verde paseaba por las vueltas del caño, cuando vi a dos hombres, unos 50 metros más adelante. Armados con escopeta y machete, miraban unos gabanes en la copa de un árbol. Al darse cuenta de mi presencia me miraron un rato. Cuando llegue al sitio donde hacia un momento estaban parados, los llamé. Nadie contestaba, desaparecieron como por encanto. Yo pensé que habían visto un picure y habían ido tras el” .
“Al día siguiente regresó el hombre que me dejó allí. Me preguntó “¿no viste ayer a dos hombres por aquí?, a lo que contesté, “si, pero se desvanecieron como por encanto”. Con cara sonriente me contó que esos dos habían regresado al pueblo corriendo sin aliento, muy agitados, diciendo: “nos salió el Amo del Monte, ahí en el caño de la Madre Vieja”. Al preguntarles como lucía el Amo del Monte, respondieron: “Estaba vestido con puras hojas, tenía una gran barba roja y venía sobre el agua, amenazándonos con un palo largo. Tuvimos que escapar a toda prisa”. El hombre agregó que habían dejado caer la escopeta y el machete para correr más rápido”.
“Parece que de tanto susto no vieron el Faltboot en el que yo venía, ya que este no se define mucho visto de perfil. Como remaba con el canalete doble, vieron un amenazador palo largo. De modo que yo sin proponérmelo, entré al Olimpo junto con otros dioses menores”.
Texto tomado de su autobiografía, Relatos de un Trotaselvas.
Hello Albaysabel,
Mi gusto tu blog mucho mas ; )
My spanish is terrible so I hope you can read this in English.
Me and my friend Freek (travelling Latin America) are looking for the film Hoy en la edad de piedra y Tierra Yanomami (1966). We can’t find a trace. Can you please help us find this beautiful movie? Maybe you know a internet shop or a link?
Thank you very much, muchos gracias!
Freek & Eric
Y su hijo Ralf esta siguiendo, con excelente pie, los pasos de su padre…
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